En el primer día, el Padre Ismael, nos presentó un entrante bastante fuerte para la primera charla, pero en su descargo cabe decir que es nuestra Madre la Iglesia la que nos presenta el tema de las tentaciones de Cristo, también al principio de la Cuaresma. Y es que, la tentación, es la principal batalla que tiene afrontar todo cristiano que quiera seguir al Maestro con una cierta seguridad de hacerlo realmente. Quizá la enseñanza más importante sobre esta batalla sea la perseverancia, y la aceptación de la cruz. La pandemia que nos asola es un caldo de cultivo para que el tentador nos haga dudar, para hacerse el encontradizo en nuestro problema. Necesitamos soluciones y las necesitamos ¡ya! Esta “exigencia” de inmediatez se corresponde con la primera tentación: “Si tienes hambre convierte las piedras en pan”. Esa perseverancia apareció en el texto del evangelio de la Eucaristía posterior donde se leyó el Padrenuestro y donde le pedimos al Padre el pan de cada día. Tras comentar las tentaciones, el Padre Ismael, nos dio varias pistas para discernir las tentaciones del Maligno y dentro de ellas aparece la idea de ir contra el amor a Dios o a los hermanos y buscando nuestro bien y satisfacción.
En el segundo día hizo una alusión al pasaje de Marcos que indica que los apóstoles recibieron la autoridad para expulsar demonios, no para hablar de exorcismos que están reservados a obispos y personas designadas, sino al poder de nuestro bautismo con el que poder rechazar al demonio o apartar a algunos de esa influencia diabólica. Se plantea la lucha entre dos banderas la del Rey Eternal y la del Maligno. Y ahora, en Cuaresma es tiempo favorable para recargar esas armas: El ayuno, la oración y la limosna. Y una pregunta quedó en el aire ¿Somos capaces de entusiasmarnos por seguir a Jesús?
El pasaje elegido para el tercer fue el camino elegido por el Padre Ismael para provocar ese entusiasmo por Jesús. Con el trasfondo de la exhortación de San Pablo “tened los mismos sentimientos que Jesús” pero sin decirlo, con el impulso ignaciano de “hacernos la escena” nos fue conduciendo por los cuatro días que separan el conocimiento de la enfermedad de Lázaro hasta su resurrección. Sentimos la esperanza de Jesús en este milagro, para que el pueblo creyese en Él, para eso había venido, para restaurar la fe de su pueblo y la de todos los hombres. Sentimos la pena y el desconcierto de las hermanas de Lázaro, pero sentimos el llanto de Cristo ante la muerte de su amigo. Esa apuesta última de Cristo por abrir los ojos a su pueblo chocó con la cerrazón de las autoridades y desencadenó la única vía posible para que llegase la Salvación. La resurrección de Lázaro anticipaba la de Cristo.
No fueron solo las palabras, sino lo que estas trasmitían, lo que hizo que muchos saliéramos de estos ejercicios abiertos, con el alma renovada y con la respuesta clara a esa pregunta porque el Padre Ismael consiguió entusiasmarnos de nuevo en proseguir tras los pasos de Cristo.
¡Muchísimas Gracias por sus enseñanzas, Padre Ismael!